María
quería vivir la Semana Santa con mucho espíritu pero no tenía idea de qué hacer
pues miraba su bolsillo y no encontraba más que unas cuantas monedas.
Entonces
vio a un niño en el parque sentado en una banca muy solitario y decidió
hablarle.
- Hola niño ¿Qué haces tan solo?
- ¿Ayudar de qué forma si eres
tan pequeño?
- ¿Y cómo un niño tan pequeño
puede hacer eso?
- Es fácil, cumpliendo sus
mandamientos y transmitiendo todo mi amor y alegría contagiosa a los demás y
sonrió.
De pronto, los ojos de María no lo podían creer, el niño estaba rodeado por una aureola amarilla y
rayos brillantes en todo su esplendor.
Cuando por fin se dio cuenta que el niño era el niño
Dios él desapareció.
María
sintió un amor inmensurable en todo su corazón, tenía ganas de ayudar a todo el
mundo, a los niños, a los ancianos, a los olvidados, a los enfermos, a los
tristes, a los que no conocen a Jesús y a los que lo niegan. Y se dio cuenta que en
la Semana Santa suceden milagros cuando abrimos el corazón.
Los
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